Olga, preseverante en su búsqueda de justicia

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October 23, 2023

Olga, preseverante en su búsqueda de justicia

Escrito por Olga González

Olga González es una defensora venezolana de los derechos civiles y políticos. Permaneció en Shelter City The Hague en 2023, con el apoyo de Justice & Peace Netherlands y el municipio de La Haya. Durante su estancia de tres meses, escribió una historia para compartir su trayectoria como defensora de los derechos humanos en Venezuela.

Comencé en este camino hace seis años cuando mi esposo fue asesinado por agentes de policía durante una protesta en mi país, Venezuela.

Miedo y terror en las calles de Venezuela

Mi esposo y yo trabajábamos en un supermercado de la ciudad, y presenciamos la creciente miseria en nuestro país. En 2015, la crisis económica se intensificó y la escasez de alimentos y productos esenciales obligó a los habitantes a esperar en largas filas durante varios días para acceder a elementos como arroz, harina e incluso papel higiénico. Venezuela carecía de productos  básicos como pasta de dientes, pañales y leche; no había detergente para la ropa ni jabón para bañarse. Los suministros limitados que llegaban a los supermercados no podían satisfacer las necesidades de todos.

No podíamos permanecer indiferentes ante esta situación porque la gente a nuestro alrededor pasaba hambre y sufría mientras se acumulaban los problemas, como la escasez de medicinas y el acceso al agua potable, lo que obligó a la gente a buscar soluciones y caminos alternativos.

Sin embargo, en 2016 se celebraron elecciones parlamentarias y la población, exhausta, se volcó a las calles para votar contra el gobierno, logrando resultados positivos y obteniendo la mayoría parlamentaria después de 17 años. Pero esa alegría duró poco, cuando el 29 de marzo de 2017, el Tribunal Supremo de Justicia despojó a la Asamblea Nacional de sus poderes, borrando el último hilo constitucional para los venezolanos y otorgando más poder al gobierno de Nicolás Maduro.

La indignación, la injusticia, la pobreza, la miseria y la osadía del gobierno llevaron al pueblo venezolano a protestar en las calles. Los estudiantes fueron los primeros en protestar y, poco a poco, se fueron sumando personas de todos los sectores y clases sociales.

Pocos días después, en cadena nacional, Nicolás Maduro activó el llamado Plan Zamora, un plan cívico-militar destinado a reprimir a cualquier persona o grupo que protestara contra el gobierno. Esta fue la luz verde que dio el gobierno para reprimir y no sólo asesinar a mi esposo, sino a cientos de venezolanos. Aunque no hay cifras oficiales, se calcula que más de 170 personas murieron y más de 500 fueron detenidas.

Más tarde, se promulgó la Ley Constitucional Contra el Odio, por la Convivencia Pacifica y la Tolerancia,, eliminando sistemática y progresivamente los pocos medios de comunicación privados en Venezuela. En la actualidad, no tenemos periódicos, radios ni estaciones de televisión que puedan informar con precisión y prontitud sobre los eventos del país, ya que incluso algunos medios internacionales también están bloqueados.

Transformado el futuro

Perder a mi esposo cambió por completo mi vida. Tuve que replantear mi futuro y mi propósito de vida, reunir valor y embarcarme en un camino desconocido.

Busqué conectarme con personas y organizaciones familiarizadas con casos similares al mío. Comencé a aprender sobre justicia penal, derechos civiles y políticos y derechos humanos. Específicamente, aprendí a documentar mi caso, dejando rastros dentro del sistema penal venezolano de todas las acciones y solicitudes que realizaba. Empecé a exigir responsabilidad y responsabilidades a las instituciones estatales, visitando la Fiscalía, la Defensoría del Pueblo, los Tribunales y cada entidad que desempeñaba un papel en el proceso de justicia del país.

Toqué muchas puertas y esperé durante horas para ser escuchada. Pero nunca me rendí. Fue complejo y difícil, pero perseveré y aprendí.

En ese mismo año, 2017, fundé la organización llamada Fundación Leonardo González Barreto, una iniciativa destinada a continuar el legado de mi esposo. Mi esposo era un payaso de hospital, y eso me inspiró a continuar su legado, ayudando a los niños y a quienes lo necesitan. A través de la fundación, comencé distribuyendo alimentos en hospitales, asilos de ancianos y centros de salud mental, tratando de aliviar las necesidades nutricionales de los pacientes y sus familias, al tiempo que llevaba esperanza y alegría a quienes eran vulnerables en salud. Gradualmente, ampliamos nuestras operaciones para incluir comunidades cercanas, con la intención de proporcionar recursos esenciales. Además, utilizamos estos espacios comunitarios para enfatizar la importancia de la democracia en nuestro país y promover los derechos humanos como medio para lograrlo.

Un año después, y derivado de la participación en espacios que reunían a familias y víctimas de violaciones de derechos humanos, conocí a otras personas y aprendí sobre sus experiencias e historias de vida. Decidimos unirnos y crear un Comité de Víctimas, llamado ALFAVICVZLA, Alianza de Familias y Víctimas de Venezuela.

En ALFAVICVZLA, trabajo específicamente en la documentación de casos de ejecuciones extrajudiciales, ayudando a víctimas que, al igual que yo, deben recorrer el difícil camino de buscar justicia en Venezuela. Utilizando mi experiencia y conocimiento, brindo apoyo y empoderamiento a otras víctimas, inspirándolas a continuar su lucha y no rendirse.

Trabajar en derechos humanos en Venezuela ha sido un tremendo desafío, dado el contexto complejo de nuestro país. Factores como los altos costos de vida, la inflación rampante, las dificultades para moverse de un lugar a otro y la inseguridad social y personal siempre están presentes como desafíos. Tengo un trabajo que no puedo abandonar porque es mi sustento, y al mismo tiempo cumplo con las responsabilidades de la Fundación y de ALFAVICVZLA.

Construyendo el país que merecen los venezolanos

Soy una persona común experimentando todo lo que ocurre en mi país, pero tengo un propósito claro: no quiero que otros pasen por el mismo dolor que he sentido. Para lograrlo, debo seguir haciendo lo que hago, difundiendo conciencia a cada persona que conozoco y que me escucha.

Como defensora de los derechos humanos, he enfrentado intimidación y mi familia también ha sido víctima colateral de mi trabajo. Vivir en Venezuela es agotador, ya que todo está diseñado para que te rindas o pases todo tu tiempo tratando de sobrevivir. Para nuestro gobierno, los defensores de los derechos humanos y los activistas son vistos como enemigos, no como individuos que buscan construir desde el respeto, la dignidad y la igualdad.

De ahí la necesidad de trabajar en conjunto con otras organizaciones y la sociedad civil, porque sólo juntos podremos avanzar y construir el país que merecemos. Mi meta es que más personas se eduquen en materia de derechos humanos y aprendan a ejercer y exigir sus derechos; que la gente no olvide a todos nuestros jóvenes y personas asesinadas por protestar en el país; y que el gobierno Venezolano reconozca sus errores y cree programas para corregirlos, evitando que los venezolanos volvamos a enfrentar una situación similar. Pero para lograrlo, debemos seguir educando y dejando huellas tangibles de nuestro trabajo a nivel nacional e internacional.

Tengo la esperanza de que Venezuela se convierta en un país donde no reine la impunidad, donde los ciudadanos puedan vivir libremente y sus derechos sean respetados, donde exista una verdadera separación de poderes y democracia.

Por eso, hago un llamado a la comunidad internacional y a cada individuo en todo el mundo a difundir la conciencia sobre lo que está sucediendo en Venezuela y el trabajo de nuestras organizaciones. Cuantas más personas conozcan nuestra verdad, más difícil será para un estado violador de derechos humanos borrar nuestra historia.

Participar en el programa Shelter City ha sido una experiencia enriquecedora, que me brindó un tiempo de tranquilidad y paz, cosas que ni se conocen ni se practican en Venezuela. Este tiempo me ha permitido reflexionar desde adentro y ver lo que he construido y lo que aún necesito construir. Además, me ha ayudado a comprender diferentes culturas y prácticas cívicas, demostrando que siempre tenemos la oportunidad de evolucionar como seres humanos. Ser parte de este programa me llena de compromiso, esperanza y energía para seguir trabajando por mi país y dar lo mejor de mí.

Le queremos agradecer a Olga que comparta con nosotros su historia de resistencia y perseverancia.

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